Por J.M. Pérez
La pedofilia consentida institucionalmente se ha convertido en práctica habitual en regiones gobernadas por la ultraizquierda. Comunidad Valenciana y Baleares son esas regiones. La primera, está regida por un ejecutivo de convergencia entre los socialistas de Chimo Puig y los ultraizquierdistas procatalanistas del partido llamado “Compromis”. El gobierno de Baleares, pilotado por el PSOE de Francina Armengol, está integrado por los podemitas y por un partido equivalente a Esquerra Republicana de Cataluña llamado “Mes”.
¿Por qué existió un consenso entre partidos del Parlamento mallorquín para ocultar estos delitos denunciados y vetar toda investigación policial y judicial? ¿Por qué, para excusarse de forma vil, el PSOE de Mallorca y los podemitas hablan de estos abusos como “prácticas habituales entre las menores tuteladas que se fugan”? ¿Por qué emplean esta ingente cantidad de estulticia canalla para disfrazar tan trágicos sucesos?
Esperemos que esto no sea el “Rotherham” español.
¿Será Mallorca un lodazal de explotación sexual de menores protagonizado por la dejación irresponsable de esa izquierda totalitaria de moralina nauseabunda para la cual los menores sólo son bien tutelados por el Estado progre? ¿O habrá además un enquistado problema donde inmigración y etnias minoritarias están implicadas de lleno en severos delitos contra los más débiles mientras el establishment político bienpensante ha echado tierra encima para blindar el multiculturalismo fracasado en Europa?
Ya vimos como se la gasta la manipulación y el ocultamiento mediático de la izquierda en otro asunto de abuso de menores. Fue en Valencia. El exmarido de la vicepresidenta del gobierno valenciano Mónica Oltra, fue condenado el pasado mes de diciembre a cinco años de cárcel por abusos sexuales reiterados a una menor tutelada por el gobierno valenciano. Los hechos sucedieron en 2016 y 2017. El entonces marido de Mónica Oltra, socia del PSOE valenciano en el gobierno y líder del partido ultra Compromis, era cuidador en un centro de menores, enchufado por su entonces esposa la cual ocupaba – y ocupa- la Vicepresidencia del gobierno regional así como la consejería de igualdad desde la que gestiona los centros de menores dependientes de la generalidad valenciana. La menor no denunció al pedófilo porque fue presionada dado que el hombre que abusaba de ella era el esposo de una mujer “muy influyente de la política” valenciana. Un rosario de informes por parte del personal llegó a las altas instancias del departamento de Mónica Oltra. Y no se investigó, ni se denunció delito alguno ni actuó la Fiscalía de menores. ¿Qué presión mediática, qué linchamiento, qué reportaje de “La Sexta”, han visto ustedes al respecto de este caso aberrante por el cual habrían pedido la cabellera si el criminal hubiese sido un cura o un militante de la derecha política?
Asistimos a una doble vara de medir horrible. Asistimos a la agenda informativa de la mentira y la trampa. Asistimos en España a un doble puntal de corrupción de menores. El primero es el adoctrinamiento sexual en las aulas denunciado públicamente–ya era hora- gracias al “pin parental”. El segundo es el de los menores tutelados por la izquierda de la moralina supremacista.
La izquierda ha grabado a fuego la ruindad de su dogma según el cual es el Estado –de leyes ideológicas adoctrinadoras- el educador maximalista de la virtud. Y a la vista está el resultado de este modelo: pedofilia, violencia juvenil y tramas delictivas contra menores. Cualquier padre y madre, que por su negligencia o complicidad, provoca que su hijo termine con un pedófilo es condenado, y la patria potestad le es arrebatada si se demuestra una causalidad entre su irresponsabilidad o su intencionalidad y la agresión a la libertad y la indemnidad sexual del menor cometida por el criminal. Es lo razonable.
Pero, ¿y cuándo son políticos del Estado, o de las Comunidades Autónomas, los tutores de menores arrojados a la explotación sexual y el abuso, qué sucede? Lo que vemos: silenciamiento mediático, excusas absurdas y lo que es peor: una sordera social donde la protesta y la denuncia son proscritas en nombre del multiculturalismo y la corrección buenista.
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