Por J.M. Bou
Estos últimos años hemos visto una ofensiva contra la Navidad en toda Europa, como no se había visto nunca. Hace ya tiempo que se emprendió la tarea de descristianizar la Navidad con buenos, aunque incompletos resultados, porque, aunque para el vulgo la Navidad perdió su significado religioso, mucha gente aún lo mantenía, y aunque las celebraciones mayoritarias ya poco tenían que ver con sus orígenes, las tradiciones asociadas a estas fechas eran un continuo recordatorio de nuestras raíces cristianas.
Se ha pasado, pues, en los últimos años, a la fase de atacar a la Navidad directamente, no conformándose ya con obviar su sentido cristiano, mientras se promocionaban festividades alternativas como “fiestas de invierno” o solsticios y, en otras épocas, se convierten el día de la mujer o la cabalgata del orgullo gay en celebraciones de semanas para apología del feminismo radical y la ideología de género o del homosexualismo.
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Se está desvirtuando el sentido auténtico de las cosas sustituyéndolo por cultos idolátricos pseudo-ancestrales |
Hemos visto por toda Europa prohibiciones de Belenes en colegios o municipios, unas veces excusados en no ofender a los musulmanes y otras en el laicismo, hemos visto la persecución a los símbolos religiosos, mientras las instancias oficiales de la Iglesia mantenían un vergonzoso silencio, y hemos visto ataques cobardes a decoraciones navideñas amparándose en la noche. Incluso hemos visto atentados islamistas en Alemania (en 2016), como expresión del máximo odio contra nuestras tradiciones.
Sin embargo, y como nota positiva, también hemos visto la reacción de muchísimas personas contra esos ataques. Por primera vez en muchas décadas, hemos observado una creciente resistencia a los planes oscuros de quienes desean robarnos aquello que nos es más entrañable. Hasta en España, la nación que más apática se había mostrado hasta el momento, la única en la que parecía que nunca llegaría la reacción, la que más se resistía a tener un movimiento político patriota para defender nuestras raíces, hasta aquí hemos visto un reverdecer de los Belenes ante las prohibiciones, unos conatos de rebeldía ante las agresiones, la apertura de nuevos debates y la irrupción de nuevas opciones en la escena política.
El tiempo de la reacción se acerca, el momento de que las cosas cambien está llegando. Ya puede olerse en las calles, en los pueblos, en las salas de cine vacías cuando directores apátridas exhiben sus películas, en los vecinos de un pueblo sublevados porque no les quiten su Cruz, en los madrileños que acercaron Belenes a la Puerta de Alcalá. Ahí está, amigos, el principio de algo nuevo.
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