La rebelión juvenil ante la “emergencia climática”, liderada por la niña de 16 años Greta Thunberg, y que se escenifica, con especial protagonismo, en la Cumbre del Clima de Madrid, tiene muchas analogías con la Cruzada de los Niños del siglo XIII. No se trata solo de la más evidente, la corta edad de los protagonistas de ambos sucesos, sino de todo su sentido. Hablamos en ambos casos de fenómenos de carácter apocalíptico y milenarista, religioso o pseudoreligioso. Al niño francés se le apareció Jesucristo y a Greta la Pachamama, la vieja-nueva deidad representativa de la madre-naturaleza. En los dos casos la deidad pide a su profeta que se dirija a los poderes del mundo y en los dos casos, anticipando que la respuesta no será del todo satisfactoria, se lanza una acción osada, una cruzada sobre Tierra Santa o una huelga por el clima, que es otra suerte de cruzada, bastante menos arriesgada, con el fin de salvar a la Cristiandad o al planeta, con el fin, vaya, de aplacar la ira de la deidad ofendida y salvar el mundo.
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«La nueva religión solar» |
En ambos casos se trata, además, de fenómenos profundamente irracionales en su metodología, completamente dogmática, independientemente de que la causa que digan defender, la recuperación para la Cristiandad de Tierra Santa o la salvación del planeta, sean causas nobles o justas. ¿A nadie le extraña que los políticos y periodistas de todo el mundo hayan elegido como “lideresa”, para acaudillar la causa climática, una causa de base supuestamente científica, a una niña de 16 años sin conocimiento científico alguno? ¿Resulta esto más serio que un niño francés acaudillando una Cruzada sobre Tierra Santa? ¿No es contradictorio con el método científico acusar de “negacionistas” a quienes duden de un supuesto “consenso científico” en cualquier detalle del planteamiento del problema o de las soluciones propuestas, incluidas el vegetarianismo o el neomaltusianismo antinatalista?
Pero la última analogía, la más relevante, es la que tiene que ver con el destino final de estos niños cruzados. Aquellos fueron esclavizados y los seguidores de Greta también lo serán, y junto a ellos toda su generación. Cierto es que será una esclavitud mucho menos dramática. No habrá piratas azotando sus espaldas con látigos ni obligándolos a trabajos extenuantes. Puede que ni siquiera comprendan su esclavitud ni vean sus grilletes, pero en la continua pérdida de derechos sociales y laborales, contra la que no se revelarán, porque estarán muy ocupados defendiendo causas imaginarias, en los impuestos confiscatorios que pagarán, en los hijos que no podrán tener y que no podrían alimentar, en la identidad que perderán y en la Civilización que verán escurrirse entre sus dedos, arrojados a la barbarie hasta no saber ni quiénes son, latirán, invisibles, las cadenas que apresaban a los seguidores del niño francés al que se le apareció Jesucristo, las cadenas que no verán, pero sufrirán, los seguidores de Greta, mientras participan de un circo que no comprenden, pensando que su pureza salvará al planeta.
[1] Extraído de un artículo publicado por Greta Thunberg junto con Luisa Neubauer -miembro del partido ecologista e izquierdista alemán Die Grünen- y Ángela Valenzuela.
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