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La cruzada de los niños

12/12/2019

Por J.M. Bou

En 1212, a un niño francés se le apareció Jesucristo y le dictó una carta para el rey de Francia, ordenándole iniciar una nueva Cruzada contra el infiel, para recuperar Tierra Santa. El niño cumplió su cometido y le llevó la carta al rey. Por el camino, otros niños se le unieron hasta sumar más de 20.000 según algunas fuentes. La carta fue entregada, pero el rey de Francia no se la tomó en serio. Aquí los relatos difieren. Según uno de ellos, los niños consideraron, siguiendo a su profeta, que si las anteriores cruzadas habían fracasado había sido porque los soldados eran pecadores y que una Cruzada de puros, de inocentes, una Cruzada de niños haría separarse las aguas del mar y llegarían a las puertas de Jerusalén, que se derrumbarían a su paso, como las murallas de Jericó en el relato bíblico. Como las aguas del Mediterráneo no se separaron, miles de niños embarcaron en naves mercantes. Una tormenta hundió algunas y la mayoría de los niños murieron. Los que llegaron a Oriente próximo fueron vendidos como esclavos. Ninguno llegó a ver Jerusalén.

La rebelión juvenil ante la “emergencia climática”, liderada por la niña de 16 años Greta Thunberg, y que se escenifica, con especial protagonismo, en la Cumbre del Clima de Madrid, tiene muchas analogías con la Cruzada de los Niños del siglo XIII. No se trata solo de la más evidente, la corta edad de los protagonistas de ambos sucesos, sino de todo su sentido. Hablamos en ambos casos de fenómenos de carácter apocalíptico y milenarista, religioso o pseudoreligioso. Al niño francés se le apareció Jesucristo y a Greta la Pachamama, la vieja-nueva deidad representativa de la madre-naturaleza. En los dos casos la deidad pide a su profeta que se dirija a los poderes del mundo y en los dos casos, anticipando que la respuesta no será del todo satisfactoria, se lanza una acción osada, una cruzada sobre Tierra Santa o una huelga por el clima, que es otra suerte de cruzada, bastante menos arriesgada, con el fin de salvar a la Cristiandad o al planeta, con el fin, vaya, de aplacar la ira de la deidad ofendida y salvar el mundo.


«La nueva religión solar»
En sendos casos, los jóvenes se presentan como rebeldes, pero en realidad están actuando en favor de las ideologías dominantes en sus respectivas épocas, reafirmando los intereses de los grupos de poder contra los que creen enfrentarse, pero a los que ciertamente sirven. Recordemos a Greta increpar a los políticos que la alagan y utilizan “¿cómo os atrevéis?”, recordémosla clamando “¡nos quieren silenciar!” frente a una miríada de periodistas, que prestos, transmitieron su mensaje por todo el globo. Piensan estar siendo originales, pero solo repiten lo que escuchan a sus mayores, mensajes como «la crisis climática no se trata solo del medio ambiente (…) los sistemas de opresión coloniales, racistas y patriarcales la han creado y alimentado»[1], conformes a la ideología oficial políticamente correcta, procedente del marxismo cultural, y que domina el panorama cultural del primer mundo. Creen, vaya, estar ejerciendo su libertad, pero están siendo igualmente manipulados.

En ambos casos se trata, además, de fenómenos profundamente irracionales en su metodología, completamente dogmática, independientemente de que la causa que digan defender, la recuperación para la Cristiandad de Tierra Santa o la salvación del planeta, sean causas nobles o justas. ¿A nadie le extraña que los políticos y periodistas de todo el mundo hayan elegido como “lideresa”, para acaudillar la causa climática, una causa de base supuestamente científica, a una niña de 16 años sin conocimiento científico alguno? ¿Resulta esto más serio que un niño francés acaudillando una Cruzada sobre Tierra Santa? ¿No es contradictorio con el método científico acusar de “negacionistas” a quienes duden de un supuesto “consenso científico” en cualquier detalle del planteamiento del problema o de las soluciones propuestas, incluidas el vegetarianismo o el neomaltusianismo antinatalista?

Ni las aguas del Mediterráneo se separaron ante la inocencia de los niños ni se abrieron las puertas de Jerusalén y no obstante la Cristiandad no desapareció ni llegó el fin del mundo; ni, de igual modo, la pureza de intenciones de Greta y sus seguidores persuadirá a los líderes del mundo de nada de lo que no estuvieran persuadidos antes y, pese a ello, el mundo no desaparecerá, bajó las alteraciones climáticas traídas por la Pachamama en represalia por la emisión de CO2 descontrolada de los pecadores humanos.

Pero la última analogía, la más relevante, es la que tiene que ver con el destino final de estos niños cruzados. Aquellos fueron esclavizados y los seguidores de Greta también lo serán, y junto a ellos toda su generación. Cierto es que será una esclavitud mucho menos dramática. No habrá piratas azotando sus espaldas con látigos ni obligándolos a trabajos extenuantes. Puede que ni siquiera comprendan su esclavitud ni vean sus grilletes, pero en la continua pérdida de derechos sociales y laborales, contra la que no se revelarán, porque estarán muy ocupados defendiendo causas imaginarias, en los impuestos confiscatorios que pagarán, en los hijos que no podrán tener y que no podrían alimentar, en la identidad que perderán y en la Civilización que verán escurrirse entre sus dedos, arrojados a la barbarie hasta no saber ni quiénes son, latirán, invisibles, las cadenas que apresaban a los seguidores del niño francés al que se le apareció Jesucristo, las cadenas que no verán, pero sufrirán, los seguidores de Greta, mientras participan de un circo que no comprenden, pensando que su pureza salvará al planeta.

[1] Extraído de un artículo publicado por Greta Thunberg junto con Luisa Neubauer -miembro del partido ecologista e izquierdista alemán Die Grünen- y Ángela Valenzuela.

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