Sencillamente, no hay otra cosa. La Izquierda ha monopolizado el humor político en España. Solo con ver la televisión nos damos cuenta de que todos, TODOS los humoristas con nombre en España son, como ellos mismos se reconocen “progres”. Pensemos en Évole, Buenafuente, Wyoming o Dani Mateo quienes, como acreditan sus pingües fortunas, ostentan el título de humorista oficial de la izquierda (anti)española. Por su parte, en el ámbito del humor gráfico siempre ha existido una tradición izquierdista desde los panfletos anticlericales del s. XIX hasta nuestros días con El Jueves o la muy virulenta revista Mongolia.
La crítica social ácida, la irreverencia y la reducción al absurdo son las notas más evidentes del humor de izquierda para el que recientemente todo puede ser objeto de burla y profanación exceptuando hipócritamente a los amiguetes, el Islam, el LGTB, el animalismo (Dani Mateo es un orgulloso vegano), el feminismo radical, y a día de hoy, el GOBIERNO.
¿Queda entonces algún resquicio para el humor de derechas? Desde mi punto de vista, la Izquierda no ha conquistado su derecho a ser dueño del humor por su calidad, sino que la Derecha, igual que hizo con el cine, la literatura y en general la cultura, ha abandonado la pelea por estar presente en ése ámbito porque eso le “sonaba a rojo”. El acuerdo fue el siguiente: la universidad para ti, los bancos para mí. Tu darás los premios Goya, yo controlaré el IBEX. De esta manera se ha llegado incluso a crear una especie de cánones de clasificación sociológico-cultural que en la práctica mantienen el sistema: rastas y litrona Vs. Jersey anudado a la espalda…el cuento de siempre. División social forzada.
A pesar de todo ello, la risa sigue siendo libre (de momento), y mientras sea así, siempre habrá cómicos que sepan superar las clasificaciones artificiales y las imposiciones “progres” como el caricaturista disidente Santi Orue, marginado por el gremio. Los que superamos los tabúes y anatemas debemos comprender que lo nacional puede inundar la cultura, que también se puede hacer crítica social y que sólo así se mueven conciencias. Estoy convencido de que gracias a que hubo un Dieudonné, hoy hay chalecos amarillos. No podrán convencernos de que sólo ellos tienen derecho a reírse. ¡Exijamos nuestro derecho al humor!
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