Por J.M. Bou
Conviene diferenciar entre homosexualidad y homosexualismo para acometer cualquier análisis serio, ya que su confusión solo puede generar debates estériles. La homosexualidad es una orientación sexual, el homosexualismo una ideología política. Ni todos los homosexuales son homosexualistas, de hecho, algunos de los más significados activistas contra el matrimonio gay en Francia fueron reconocidos homosexuales, ni obviamente, todos los homosexualistas son homosexuales. En realidad, dado que el homosexualismo ha pasado en las últimas décadas a integrar la que podríamos llamar “ideología oficial políticamente correcta”, la inmensa mayoría de la población se adscribe al homosexualismo, aunque no lo llame de esa manera. ¿Cómo podemos caracterizar la ideología homosexualista, esta es, aquella en la que se fundan las reivindicaciones de determinados grupos constituidos como un auténtico lobby, que están operando cambios sociales y jurídicos que afectan a nuestro derecho matrimonial y de familia y al propio concepto que manejamos de estas instituciones sociales?
Frente a la visión lineal de la historia, que en la ideología progresista llega al ridículo de, como decía Chesterton, considerar que el jueves es mejor que el miércoles tan solo por ser jueves, existe otra visión de la historia de carácter cíclico. Los períodos históricos, según esta idea, se suceden cíclicamente como la noche sucede al día o la primavera al invierno. Las edades de oro se sucederían con las de hierro y el crecimiento de las culturas a su decadencia. Independientemente de la visión que defienda cada uno, es incuestionable que los periodos de decadencia, a distintos niveles, existen y no hay más que contemplar la actual crisis para comprobarlo.
En su conocida obra “La Decadencia de Occidente” Spengler advierte de la decadencia de nuestra civilización, constatando como antes cayeron otras culturas y encontrando notas comunes a todos los ciclos descendentes o edades de hierro. En ese sentido y aunque el homosexualismo es una peculiaridad de nuestra cultura y de nuestra época, que no tiene antecedente en sentido estricto (nunca existió el matrimonio entre personas del mismo sexo en ninguna cultura ni época histórica, por ejemplo), si es verdad que las culturas en su proceso de crecimiento siempre ponen en valor a la dualidad hombre-mujer, fuente de vida, mientras que es propio de los periodos de decadencia exaltar la confusión de sexos. En ese sentido, junto al homosexualismo y a la ideología de género encontramos la “teoría queer”, que afirma que las identidades y las orientaciones sexuales de las personas, son el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no están esencial o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, que la dualidad hombre-mujer no es biológica sino meramente social. Resulta llamativo como una teoría que contradice a la experiencia más evidente haya podido encontrar aceptación en una época que se llama a sí misma racionalista.
Las ideas modernas consideradas “progresistas” como la ideología de género o el homosexualismo, lejos de ser buenas, simplemente porque son recientes (el jueves mejor que el miércoles, solo por ser jueves) serían expresiones de decadencia y conectarían con las tendencias generales que se popularizan en cualquier cultura en su fase autodestructiva, según la perspectiva spengleriana. Viendo la crisis de valores y la desorientación de las sociedades modernas, con unas tasas de natalidad bajo mínimos y que, por tanto, están heridas de muerte, no se puede evitar pensar que este punto de vista tiene, cuanto menos, parte de razón.
Uno de los sustentos teóricos principales del progresismo y por lo tanto, del homosexualismo, es el marxismo cultural. Se trata de una interpretación del marxismo de especial éxito en las naciones occidentales, en las que el comunismo político no triunfó nunca, surgida en la escuela neo-marxista de Frankfurt, que basándose también en el freudianismo, sustituye los parámetros económicos del materialismo dialéctico por los socioculturales. Bien mirado: ¿Qué es el feminismo radical sino marxismo aplicado a la lucha de sexos? ¿Qué son el antirracismo y el indigenismo sino marxismo aplicado a las etnias y las razas? Y finalmente: ¿Qué es el homosexualismo sino marxismo aplicado a las orientaciones sexuales en lugar de a las clases sociales?
Así, mientras el marxismo clásico interpretaba toda la historia como una tensión entre explotadores y explotados, entre poseedores y desposeídos, desde el punto de vista económico, el marxismo cultural, interpreta toda la historia como una tensión entre “discriminadores” y discriminados, entre hombres, blancos y heterosexuales opresores, y mujeres, minorías raciales y homosexuales oprimidos. Mientras el marxismo clásico consideraba las bases y principios de la Civilización Occidental, como la religión o la familia, instrumentos de los explotadores para dominar a los proletarios, el marxismo cultural muestra idéntica repulsión a estas instituciones, pero no ya por un afán de justicia social y redistribución económica, sino como elementos “opresores” de las minorías raciales o sexuales. De ahí la obsesiva tendencia a señalar al patriarcado o, mejor aún, al “heteropatriarcado”, como el gran enemigo a derribar por los activistas del feminismo o del homosexualismo.
Resulta evidente que, si el marxismo no funciona a nivel económico y lleva a la ruina a las naciones en las que se aplica de un modo u otro, a nivel sociocultural tampoco funcionará. No hay más que ver en las naciones occidentales, en las que está teoría tiene éxito a través de la dictadura de lo políticamente correcto, como las muestras de mala salud social: suicidios, abortos, violencia doméstica, alcoholismo y drogadicción, aumentan sin parar, mientras que las tasas de natalidad, como decíamos antes, no alcanzan las de reposición social, condenando a nuestras sociedades, aparentemente, a la extinción.
No deja de ser llamativo que mientras que el marxismo real de las dictaduras comunistas persigue a los homosexuales y los reprime encarcelándolos o agrediéndolos, el marxismo cultural ampliamente aceptado y exitoso en las democracias occidentales, enarbola la bandera del homosexualismo, como elemento de deconstrucción de los conceptos de matrimonio y familia, como hacen también el feminismo y la ideología de género.
Otro fundamento de gran relevancia del homosexualismo es el mito sobre la “sociedad abierta” que sirvió de título al famoso ensayo de Karl Popper y también a la fundación del magnate Soros, que financia asociaciones multiculturalistas, proabortistas y homosexualistas. Aquí es desde el liberalismo y su relativismo moral desde el que se llega al mismo resultado al que llegaba la escuela de Frankfurt, es decir, a la deconstrucción del ser humano, ya no atado por los límites impuestos por la familia, el orden social o su propia naturaleza masculina o femenina.
No tiene mucho sentido discutir si debemos considerar a la ideología de género y al homosexualismo como marxismo cultural o liberalismo “popperista”, pues como vemos es ambas cosas, sin advertir en ello contradicción alguna. El antiguo paradigma que oponía los conceptos de liberalismo y marxismo como antitéticos decae frente al nuevo globalismo en el que estos términos solo señalan caminos distintos para alcanzar el mismo fin, que no es otro que la esclavitud económica y moral del individuo, arrancado de sus vínculos naturales y sociales, y la destrucción de la Civilización cristiana-europea-occidental.
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