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La conexión búlgara

10/06/2025

Allá por los años treinta del pasado siglo, en su celebrado «La rebelión de las masas», José Ortega y Gasset nos dejó una frase tan oportuna como acerada e icónica: «Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral…». Hogaño, casi un siglo después, el poder neoliberal ha conservado aquella dicotomía decimonónica como un mecanismo de fraude cuyo objetivo no es sólo pontificar el «divide y vencerás», sino que le sirve para hacer las veces de cortafuegos, de adormidera que impide cualquier tipo de alternativa de cambio real.

Y decimos alternativa de cambio real porque el Sistema se cuida muy mucho de articular «extremitas derechitas» y «extremitas izquierditas» —lo que Juan Manuel de Prada llama «izquierda caniche»— que, bajo una pátina de irreverencia frente al orden establecido, su función no deja de ser la de coadyuvar conservar el «statu quo» o, como diría Lampedusa, que algo pueda llegar a cambiar… para que todo siga igual. El globalismo mundialista, por su parte, aunque ha arrinconado en el desván del olvido no poca verborrea política seriamente deteriorada, ha conservado empero la dualidad de «izquierdas» y «derechas», simple como el mecanismo de un botijo, pero que sigue siendo una herramienta de confusión y dominio extremadamente útil. El caso español es tan palmario que no necesita de mayores explicaciones pero, todo hay que decirlo, fuera de nuestra fronteras también funciona con no poca eficacia.

¿Que hacer? Un patriota con un mínimo de materia gris tiene como primera tarea deshacerse de dicho corsé. Cometido básico, imprescindible. La realidad de nuestro mundo, que además está a la vista incluso del espíritu más candoroso, nos muestra que en ese gigantesco espacio o se está con las perversiones orwellianas del globalismo o se está en la zona de la identidad, de la familia, de la comunidad, de la patria. Una vez superado el sarampión izquierda/derecha, procede analizar quiénes son en verdad los «nuestros» y, como diría Carl Schmitt, dónde se acomoda el «enemigo» para detectarlo primero, perfilarlo después y acabar presentándole pelea. Sin esta segunda tarea de identificación cualquier paso no sólo puede llegar a ser carnavalesco, sino que a buen seguro tendrá consecuencias funestas.

A poco que forcemos la vista nos damos cuenta de que en nuestra sociedad hay personas y colectivos que, etiquetas y calificativos aparte, tienen más en común con nosotros que cualquier facción de la amalgama sistémica, incluso aunque venga pintarrajeada de rojigualda. ¿Ejemplo? Uno cercano. Por lo que a mí se refiere, es obvio que estoy más cerca del Frente Obrero de Roberto Vaquero que del Vox de Santiago Abascal, tan amigo de Milei como entusiasta de la causa sionista. Dejémonos, sin embargo, de filias y fobias personales, y vayámonos a un caso donde la gente sí ha sido capaz de pasar de la estima al terreno de la acción: me refiero a lo que llamo «conexión búlgara».

Desde hace la friolera de una década dos formaciones políticas búlgaras, la patriótica «Vazrazhdane» [Renacimiento] y la organización comunista «23 de Septiembre» han establecido lazos de colaboración sobre objetivos comunes: lucha contra el establecimiento del euro, abierto rechazo de la OTAN y férrea oposición a las políticas woke/neoliberales de Bruselas. Por si esto fuera poco, ambas organizaciones se han posicionado inequívocamente contra la escalada bélica atizada por la casta rusófoba que ahora parasita la Unión Europea.

Los hemos visto, codo con codo, en la protesta callejera e incluso hemos tenido la oportunidad de captar —no por los «telediarios» de la «caja tonta», sino a través de Telegram— a un Kostadin Kostadinov, líder de Renacimiento, en el parlamento búlgaro, exhibiendo un lenguaje firme y sin ambages. Ambas organizaciones, Renacimiento y los comunistas de «23 de Septiembre», nos están dando un ejemplo impagable. Se han curado de cualquier sarpullido de hemiplejía moral, han sabido ponerle rostro al enemigo y, lo mejor de todo, se han involucrado en lo que verdaderamente importa al pueblo búlgaro: la defensa de la soberanía nacional y la apuesta por la justicia social.

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