El mundo patriota (o de la «fachosfera» como diría Pedro Sánchez) está revolucionado últimamente por un debate algo subido de tono entre hipanistas y anti-inmigracionistas a cuenta de si los hispanoamericanos son panchitos invasores o hermanos a los que debemos recibir con los brazos abiertos, aun en el fenómeno ya conocido de inmigración masiva.
El detonante fue una publicación en X llamando panchitos a los hispanoamericanos que polarizó a favor y en contra a cientos de tuiteros del mundillo, pero la cosa venía de antes. Por poner un ejemplo, el 6 de junio Marcelo Gullo y Carlos Esteban tenían una acalorada discusión en Toro TV donde el argentino acusaba al español de racista por no considerar como españoles a los hispanoamericanos. Solo fue la visualización televisiva de un desencuentro que ya se leía en las redes con representantes menos conocidos.
Hispanistas de izquierdas como el propio Gullo o Armesilla llevan tiempo llamando a una inmigración hispanoamericana que “salvará” a España del islam, dando por sentado que la baja natalidad europea hace la inmigración masiva inevitable, aceptando así algunos de los argumentos más repugnantes del enemigo globalista.
Sectores del antiglobalismo anti-inmigracionista, en respuesta, rechazan la Hispanidad y hablan de la “leyenda rosa” de un Imperio español que, para ellos, nunca fue tan amable con los indios, como los que llevamos años en la lucha contra la leyenda negra pretendemos.
Obviamente no se trata ni de una cosa ni de la otra. Es un debate absurdo basado en las exageraciones de unos y otros y en malos entendidos, que nos divide cuando más unidos deberíamos estar.
Ciertamente, todos los pueblos de la Hispanidad a ambas orillas del atlántico tenemos una cultura común (y también importantes diferencias) y deberíamos remar juntos para liberarnos del control del anglo-imperio.
Ciertamente también, la inmigración masiva es una política instrumental del globalismo y es mala per se, independientemente de la procedencia de los inmigrantes. Puede ser peor cuanto mayor sea el shock cultural, pero que una sea todavía peor no convierte a la otra en buena.
La inmigración masiva no es necesaria ni tampoco inevitable. Es una decisión política que está destruyendo Europa. La única solución al problema demográfico es aumentar la natalidad nacional. Será más fácil o más difícil, pero es imprescindible. Cierto que la inmigración masiva es más destructiva cuanto mayor es el choque cultural del inmigrante. Será por tanto peor la procedente de países musulmanes que la de países hispanoamericanos, con los que nos unen lazos de idioma. Pero eso no quiere decir que haya una inmigración buena y otra mala, quiere decir que hay una mala y otra peor. En todo caso acabar con la inmigración masiva, con toda la inmigración masiva debe ser objetivo prioritario de cualquier patriota.
Nunca ha existido una leyenda rosa de la historia de España. Sí existió en cierta época la llamada leyenda aurea, una retórica sobreactuada y almibarada con la que describir las hazañas imperiales de España, muy propia del momento histórico en el que surgió. Pero los acontecimientos extraordinarios que describía esta leyenda aurea eran todos reales. España tiene una historia tan rica en episodios espectaculares que no tenemos necesidad de inventarnos ninguno.
El Imperio español fue un Imperio telúrico en la clasificación de Carl Smith y generador en la de Gustavo Bueno, que llevó a los territorios conquistados su misma tecnología, sus valores e instituciones y su mismo bienestar, cuando no uno superior, lo que se aplicaba por igual a indios y criollos. Esto no es leyenda sino realidad.
El Hispanismo bien entendido debe oponerse al globalismo de matriz anglosajona y a sus políticas instrumentales como las de inmigración masiva y, del mismo modo, el antiglobalismo bien entendido tiene que ser hispanista, tanto en España como en Hispanoamérica, porque la Hispanidad es la única fuerza global capaz de oponerse a la anglosajona ya declinante, y frenar la deriva mundialista que amenaza con llevarse por delante la misma Civilización.
En esta discusión late una vieja dicotomía de los españoles, atrapados entre dos continentes, con el alma y los afectos divididos. España es hija de Europa y madre de América y no puede renunciar a su madre europea ni a su hija hispanoamericana sin amputarse una parte del alma. Tampoco existe ninguna necesidad de ello. La proyección europea y la hispanoamericana son perfectamente compatibles. Precisamente una de las grandezas de España es la de ser el puente entre dos continentes en orden a la defensa de la Civilización cristiana, eso a lo que Maeztu llamaba ser el brazo de Dios en el mundo.
Seguro que el sistema nos observa con una sonrisa satánica en los labios mientras nos ve discutir sobre si son galgos europeos o podencos americanos. Dejemos de hacer el tonto y de pelearnos entre nosotros. Concentremos nuestras fuerzas en acabar con el enemigo. La pervivencia de nuestra Civilización depende de ello.



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