El pasado mes de julio fallecía el legendario luchador de wrestling americano Hulk Hogan. Terri Bolea, que era su nombre real, fue el luchador más famoso de la historia de este espectáculo de entretenimiento deportivo con diferencia, liderando sobre el ring una profunda transformación del modelo de negocio, que antes de su irrupción estaba basado en unos promotores que actuaban a nivel local y que con Hulk Hogan como máxima estrella dio lugar a la creación de una gran promotora a escala nacional y, después, internacional, cuyos espectáculos adquirieron una popularidad comparable a la de los grandes deportes competitivos, entrando en la cultura pop.
En sus años de mayor fama, Hulk Hogan era el deportista más querido de los Estados Unidos, por encima de jugadores de la NBA, de béisbol o de futbol americano. La fundación “Make a wish” que permitía que niños hospitalizados conocieran a su personaje famoso favorito, tuvo en Hulk Hogan el personaje con más peticiones con diferencia en aquel periodo. En la WrestleMania III, Hulk Hogan derrotó a Andre el Gigante ante más de 90.000 espectadores en el recinto, récord que tardó décadas en batirse, y ante 35 millones de estadounidenses en la televisión, lo que marcó la cima del éxito del Wrestling en la era moderna.

Hulk Hogan continuó en la cima del deporte-espectáculo durante tres décadas, realizando incontables contribuciones a su popularidad, siendo su estrella más reconocible, participando en películas desde Rocky III y, en definitiva, convirtiéndose en un icono de virilidad y del llamado espíritu americano, tan solo comparable a otros mitos como John Wayne. Un personaje de la cultura pop con mayúsculas.
Dicho todo esto, tal vez sorprenda saber que Hulk Hogan soportó en los últimos años de su vida campañas de acoso y cancelación por parte del progresismo norteamericano que desató oleadas de odio contra él y trató de condenarle a la muerte civil, afortunadamente son conseguirlo del todo. Lo explicaremos despacio.
La relación involuntaria y colateral de Terri Bolea con la política o, si se quiere, la metapolítica, comenzó con el mismo inicio de su carrera. Hay que reseñar que, a diferencia de otros luchadores, como Ric Flair (el único con una carrera comparable a la de Hogan, aunque sin alcanzar sus cotas de popularidad) que estaba registrado como republicano, o CM Punk cuyo activismo woke y proabortista es conocido, Hulk fue durante la mayor parte de su vida independiente y no expresó preferencias políticas hasta sus últimos años. No obstante, la construcción de su personaje sobre el ring como gran héroe norteamericano tenía connotaciones políticas inevitables.
Contra lo que se pueda pensar Hulk Hogan no fue un producto de mercadotecnia prefabricado, sino más bien un héroe espontaneo creado por el público. Su aspecto gigantesco y con unos músculos exagerados, cuando la moda del culturismo apenas estaba empezando y las audiencias no estaban tan acostumbradas como ahora a ellos, junto a sus bigotes rubios, parecían colocarle antes como el villano a batir, el “monstruo” a derrotar, que como el héroe aclamado por las masas, y así, como villano, comenzó su andadura. Daba la impresión de que el héroe debía ser mejor parecido y con un aspecto más convencional.
Para colmo, tras su aparición en Rocky III, Vince Mcmahon senior, el dueño de la WWF, donde trabajaba Hogan, decidía despedirle por considerar, con notoria miopía comercial, que sus luchadores no podían ser actores porque ello desvelaría “la trampa” del wrestling, es decir, su guionización. que el gran público entonces no conocía del todo. Hogan pasaba entonces a la AWA, otra importante promotora, donde se produjo la rebelión del público, que exigía que Hulk ganase el título y fuera el gran héroe que liderase la compañía, en lugar de un villano monstruoso utilizado para el lucimiento de otros.
Un acontecimiento vino a cambiar el panorama. Vince Mcmahon junior le compraba la empresa a su padre y recontrataba a Hogan para utilizarlo como el gran héroe que el público pedía. Y aquí entra el primer factor metapolítico, para lanzar a su nueva estrella se crea una historia en la que The Iron Sheik (el Jeque de Hierro) un personaje proiraní en plena crisis de los rehenes de USA con Irán, gana el título. ¿Y quién restauraría el honor de los Estados Unidos derrotando al extranjero y devolviendo el campeonato a casa? En efecto, Hulk Hogan.
La victoria de Hogan sobre The Iron Sheik en 1983 marcó el inicio de la Hulkamania, el fenómeno de fans que elevó el wrestling a un nuevo nivel de popularidad y vinculó a Hulk con el patriotismo norteamericano. USA tenía un nuevo héroe nacional de aspecto inusual. Los norteamericanos habían adoptado al monstruo de musculatura imposible y grandes bigotes rubios para que los defendiera de las amenazas globales. En la misma línea, en 1985, en plena Guerra Fría, Hulk Hogan se enfrentaba a Nikolai Volkoff, que tenía el personaje de comunista prosoviético, en un combate con banderas en el que, de nuevo, Hogan restauraba el honor patriótico escupiendo a la bandera comunista y levantando las barras y estrellas.
El luchador Chris Jericho resumiría perfectamente lo que Hogan representaba al contar en una de sus biografías la anécdota cuando, de niño, comentaba con uno de sus amigos la derrota de Hogan frente a André el Gigante (con trampas) en 1988 “¿Quién nos protegerá ahora del comunismo?” La influencia del personaje de Hogan en los niños de la época como héroe y modelo a imitar era tremenda. Solía llevar una cruz al cuello y una de sus frases favoritas era “toma tus vitaminas y reza tus oraciones”. Muchos confesaron después que rezaban cada noche porque Hulk Hogan se lo pedía.
El pequeño Jericho no tenía nada de lo que preocuparse porque Hogan recuperaría el título frente al Macho Man, en la WrestleMania V, en 1989, en el Trump Plaza de Atlantic City, NJ. Hulk Hogan además, había adoptado una música de entrada al ring que también lo decía todo. Aunque Gorgeous George ya había utilizado el tema Pompa y Circunstancia para subir al ring, la costumbre de utilizar música para acompañarse al cuadrilátero había desaparecido y fue Hulk Hogan quien la recuperó, primero utilizando Eye of the tiger, en referencia a su participación en Rocky III, y luego con Real American de Rick Derringer, en cuya letra se podía escuchar:
When it comes crashing down and it hurts inside/ You gotta take a stand, it don’t help to hide/ If you hurt my friends then you hurt my pride/ I gotta lend a hand, it don’t help to hide
Well, I stand strong about right and wrong/ And I don’t take trouble for very long/ ‘Cause I got something deep inside of me/ A courage is the thing that keeps me free
I am a real American/ I fight for the rights of every man/ I am a real American/ And fight for what’s right/ Fight for your life
Cuando todo se derrumba y duele por dentro / Tienes que tomar una posición, no ayuda esconderse / Si lastimas a mis amigos, lastimas mi orgullo / Tengo que echar una mano, no ayuda esconderse
Me mantengo firme sobre el bien y el mal / Y no tengo problemas durante mucho tiempo / Porque tengo algo muy dentro de mí / El coraje es lo que me mantiene libre
Soy un verdadero americano / Lucho por los derechos de cada hombre / Soy un verdadero americano / Y lucho por lo que es correcto / Lucho por tu vida
Parece una declaración de apoyo a la política exterior estadounidense en los tiempos en los que se erigía como “líder del mundo libre” frente a la barbarie del comunismo y el incipiente islamismo, cuando todavía se le podía conceder el beneficio de la duda y suponer que defendía la libertad, la democracia y la Civilización. Más adelante descubriríamos que el único propósito de la política exterior estadounidense era garantizar su predominio imperial, imponer en el mundo las políticas globalistas que sirven a unas élites financieras insolidarias y proteger el proyecto genocida del sionismo. Pero claro, esto no es culpa de Hulk Hogan y no sería patente hasta algún tiempo después.
En 1991, en plena Guerra del Golfo, con Bush padre enfrentándose a Sadam Husein, el Sargento Slaughter, luchador y personaje famoso por haber dado nombre a una figura articulada de una conocida marca de juguetes, traicionaba a su país y se pasaba al bando de Sadam. Además, ganaba el título de la WWF. ¿Quién restauraría de nuevo el honor mancillado de USA? En efecto. En la WrestleMania VII, de nuevo Hulk Hogan derrotaba al luchador que defendía a los enemigos nacionales y se erigía como héroe patriótico una vez más.
En la promoción del combate, al Sargento Slaugther le pidieron que quemara una bandera norteamericana. Él se negó, porque solo estaba interpretando un papel, en realidad era un patriota y hería su sensibilidad quemar la bandera de su país. Como alternativa, propuso quemar una camiseta de Hulk Hogan, porque dijo que era lo más parecido.
Durante el combate, el Sargento Slaughter, que iba ganando la pelea, colocó sobre un ensangrentado Hogan la bandera de Irak. En ese momento, Hulk reaccionaba, arrasaba a su rival con el big boot y el leg drop, sus golpes de firma, rasgaba la enseña del enemigo y ganaba el combate. En la celebración, pedía la bandera de los Estados Unidos. Una revista de lucha de la época titulaba el pie de foto de esta imagen: “Cuando Hulk Hogan ondea las barras y estrellas, hasta los más duros lloran de emoción”. Así era, Hogan era un héroe nacional incuestionado.
Pasaron los años, Hulk Hogan fichó por la WCW de Ted Turner, cambió de personaje a Hollywood Hogan, líder de un grupo de villanos conocidos como NWO (New World Order, Nuevo Orden Mundial), regresó a la WWE en 2002 recuperando su personaje original y fue tal su popularidad que volvió a ganar el título frente a Triple H. Hay que anotar que, pese al cambio de su personaje, el público entendió que interpretaba un papel y su prestigio permaneció intacto hasta el punto de desatarse una nueva Hulkamania cuando regresó al rojo y amarillo (sus colores como héroe).
En las elecciones de 2008, como otros muchos personajes conocidos, apoyó a Obama sin que ningún conservador ni militante republicano se lo reprochara. Esto demuestra varias cosas, que Hogan, como hemos dicho al principio, no era un militante republicano ni un activista conservador, sino un independiente que apoyaba a quien mejor le parecía en cada momento, que no era racista, puesto que daba soporte al primer afroamericano en optar a la presidencia de USA y que la mitad derechista del país era bastante tolerante, porque Terry Bolea no recibió reproche alguno por ese posicionamiento.
Y en 2015 estalló la bomba. Unos años antes, nuestro protagonista había sufrido una intrusión muy seria en su intimidad, cuando un portal de internet le grabó sin permiso un video con una mujer teniendo relaciones. Utilizaron ese video para chantajearle, pero ante su negativa a pagar, en 2015 lo hicieron público. El problema no era lo morboso de las imágenes, sino que, en una conversación de cama, Hogan manifestaba que no le gustaba el novio negro de su hija. Más que racismo, sus palabras denotaban clasismo, porque decía que si fuera jugador de la NBA sería otra cosa, pero un negro pobre…
Cabe destacar que en su actuación pública Hulk Hogan no había manifestado racismo sino todo lo contrario. Había trabajado con numerosas celebridades y luchadores negros como la estrella de Rocky III y del Equipo A, Mr. T, los jugadores de la NBA Denis Roodman, Shaquille O’Nealy y Karl Malone o los wrestlers Kamala, Tony Atlas o D-Von. Muchos de ellos salieron en su defesa. Denis Roodman dijo que no había una fibra de racista en Hoagn y Kamala recordó que siempre fue un caballero con él y se preocupó de que no cobrara menos de lo que le correspondía: “Hogan simplemente se vio atrapado con un grabador oculto y dijo algo que probablemente no quería decir. No estoy enojado con él en absoluto. (…) No creo que sea racista para nada, sin importar lo que haya dicho.»
A pesar de esos apoyos, las consecuencias fueron devastadoras para Terry Bolea. Fue despedido de la WWE, donde tenía un contrato de leyenda, se eliminaron todas las imágenes y referencias a él y a sus combates en los videos promocionales y se le trató como a un apestado. La industria que elevó a otro nivel renegaba de él. Además, recibió una campaña de odio en redes sociales con insultos y amenazas. En definitiva, fue cancelado.
La WWE le perdonó oficialmente tres años después y por supuesto tras una humillante petición pública de disculpas. Tres años de cancelación por unos comentarios privados, obtenidos ilegalmente, en referencia a un asunto íntimo y familiar. Y no fue más tiempo porque en la gira de la WWE en Arabia Saudí, los jeques árabes exigieron la presencia de Hogan. A ellos les daba igual el racismo y que hubiera labrado su popularidad en los Estados Unidos derrotando a personajes que interpretaban a árabes. Solo querían ver al mito. Curiosa paradoja.
Muchos, sin embargo, criticaron la recontratación de Hogan y continuaron odiándole en nombre de la lucha contra el racismo. El progresismo y la ideología woke demostraron ser doctrinas totalitarias, capaces de perseguir al ciudadano a su esfera privada, para reprocharle con la muerte civil la falta de fe en sus dogmas de inclusividad forzada y buenismo fanático.
Y por si eso fuera poco, encima a Terry Bolea no se le ocurrió otra cosa que apoyar la candidatura de Trump en las elecciones de 2014. Trump había estado relacionado con la lucha libre en el pasado, hasta el punto de tener en su ejecutivo a Linda McMahon, esposa del dueño de la WWE Vince. Este apoyo dio la vuelta al mundo cuando Hulk Hogan participó en la convención republicana con un discurso que más bien parecía una “promo” de wrestling repleta de energía y patriotismo.
¿Y por qué no iba a hacerlo? Igual que Hogan había apoyado a un demócrata como Obama en 2008, ahora apoyaba a un republicano como Trump, porque podía, quería y le daba la gana. Simplemente hacía uso de su libertad, impulsando al candidato que le parecía mejor para su país. Pero a diferencia de la otra ocasión, en la que no recibió ningún reproche, en este caso las hordas progres se cebaban sobre él ¿Cómo se atrevía?
Una nueva campaña de cancelación y de odio se cernió sobre Hogan. No le perdonaban su apoyo a Trump ni su incidente supuestamente “racista” años antes, pero lo que sobre todo no le perdonaban era haber encarnado valores tradicionales y un ideal patriótico, que en la nueva era de wokismo y multiculturalismo resultaban ya políticamente incorrectos.
Este odio llegó en la hora de su muerte a mostrarse con una evidente falta de empatía y elegancia, demostrando que ni el transito al más allá aplaca la antipatía y la mezquindad de quienes hacen gala de una falsa superioridad moral que solo es hipocresía y fanatismo. Mientras toda la comunidad de la lucha libre reconocía sus contribuciones y se mostraba de luto por la pérdida de su mayor estrella, la prensa de izquierdas seguía desacreditándolo con rencor y revanchismo. Para muestra la publicación de la web de La Sexta:
“En los últimos años, Hogan se hizo famoso por apoyar sin filtros el racismo, la xenofobia, el machismo y la transfobia, sumándose a discursos de odio vinculados al movimiento MAGA en Estados Unidos. Lo que antes era el héroe de una generación, terminó siendo uno de los personajes más polémicos y repudiados.
Al final, Hogan fue un maestro del teatro dentro y fuera del ring. Hizo creer a todos que era el héroe que necesitaban, mientras mostraba ser, en realidad, un villano”.
La satanización del discrepante que no se suaviza ni en la hora de su muerte, sino que se hace más cruel con la sensación de impunidad que les da a los cobardes saber que el objeto de sus iras ya no se podrá defender. Una bajeza propia de miserables.
La cancelación y la campaña de odio de los progres contra la mayor estrella de la historia de la lucha libre solo es una muestra de su intolerancia y de su fanatismo, que los revela como los peligrosos totalitarios que son. Para la inmensa mayoría de estadounidenses y de aficionados al wrestling de todo el mundo, Hulk Hogan será recordado como su mayor estrella y la Hulkamania correrá libre para siempre.


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